jueves, 19 de junio de 2014

EL FUTURO DE LA CULTURA EN LA ERA TEGNOLOGICA


La cultura occidental, desde su mismo nacimiento, ha sido una cultura que yo no me atrevería a llamar sin más tecnológica, porque conviene afinar un poco nuestro vocabulario, pero sí una cultura técnica, de la tecné, como decían los griegos. Y por tanto, en cuanto que técnica en el sentido griego de la palabra, incoativamente tecnología ya. Una cultura técnica o tecnológica, como ustedes quieran llamarla, pero que, lo mismo que la tecnología, hasta hace poco tiempo, era una tecnología y una técnica referida sobre todo al dominio de la naturaleza, no tanto al domino del psiquismo. Las técnicas para el dominio del psiquismo han sido mucho más orientales que occidentales. Lo característico de las civilizaciones y la cultura occidentales ha sido este carácter técnico, entendiendo la palabra técnica en el sentido en el que por lo general entendemos nosotros hoy las palabras técnica y tecnología, aun cuando ha habido en este campo una revolución muy grande, pues ahora ya no se trata simplemente del dominio de la naturaleza, sino también, no exactamente del paganismo al modo hindú o al modo oriental, pero sí del dominio de la vida.


Esto es lo característicos de la cultura occidental: ha sido una cultura de invenciones, empezando por la invención, común a toda la humanidad, de la escritura. Propiamente hablando no existe una cultura, en el sentido plenario de la palabra, no se ingresa plenamente en la Historia, hasta la invención de la escritura. Pero nuestra cultura no es simplemente una cultura de la escritura. Es una cultura del Libro por antonomasia, una cultura de la Biblia, que no significa solamente libro sino el Libro de los libros, el libro plural, y así es como se ha desarrollado toda la cultura occidental. Entendiendo este término de cultura occidental desde sus orígenes judaicos, prolongados luego por el Islam, toda nuestra cultura estrictamente occidental ha sido una cultura del libro.

Después se han producido otras invenciones y, como decía hace un momento, a las invenciones, que todavía eran técnicas, sucedieron las revoluciones: la primera Revolución Industrial por antonomasia, como suele denominarse. Y reparen ustedes en que en esa época los inventores no eran todavía los científicos. Había una separación entre un gremio y otro. Los inventores eran más bien artesanos, unos obreros cualificados que, un poco por casualidad, un poco por el método del ensayo y el error, llevaron a cabo grandes invenciones.

Y pensemos que durante el siglo XX los continuadores de estos inventos, los que realmente llevaron a cabo una institucionalización del invento, fueron los ingenieros, profesión que ha tenido los máximos prestigios en nuestro país. Ser ingeniero en nuestro país era, durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, mucho más importante que ser un hombre de ciencia. Lo importante, lo verdaderamente cualificado en nuestro país, aquello que todos los jóvenes estudiosos deseaban llegar a ser y todas las mamás con niñas casaderas que fuesen sus novios, era, precisamente, ingenieros. Es decir, la tecnología estaba ya ahí, pero era una tecnología que, sin estar enteramente divorciada de la ciencia —ciertamente no era así, y no querría yo hacer de ninguna manera un agravio a los ingenieros—, ponía el acento mucho más en los técnico que en lo científico. De modo que, por una parte, estaban los grandes técnicos, los técnicos superiores y por otro lado, los científicos. Pero yo no me atrevería a decir que esa raza de científicos puros se terminó, se agotó, quizá los últimos científicos puros han sido los creadores de la física nuclear, la física cuántica. Heiseneberg y Schrödinger, tal vez prologados por el inventor de la cibernética —no me atrevería yo a darle a Norbert Wiener ese título de científico puro—, pero inmediatamente después ocurre una superación de esta escisión, de esa dialéctica, de esta tensión entre las dos culturas: la cultura humanística, por una parte, y la cultura tecnológica, por otra, en cuanto que lo que prevalece en nuestra época es no ya la tecnología ni por supuesto la cultura humanística, sino lo que se denomina con ese neologismo de tecno ciencia.

Hoy, la cultura es fundamentalmente tecno científica. No puede ser una cultura puramente técnica ni puramente tecnológica porque los tecnólogos que cada vez abundan más en nuestra sociedad —y es normal que abunden—, conocen muy bien cómo hacer las cosas, pero no saben tan bien por qué ocurre ese funcionamiento.

En consecuencia, esta fusión profunda de la técnica y de la ciencia, y el hecho de que los más importante científicos de nuestra época sean tecno científicos, o por lo menos tan tecno científicos como estrictamente científicos, o por lo menos tan tecno científicos como estrictamente científicos, supone una gran novedad y es una gran afirmación de la superación de esta tensión entre las llamadas dos culturas.

Y esta auténtica novación que ha ocurrido en nuestra civilización occidental significa una salida de la era de la cultura impresa, que a su vez supuso evidentemente un salto cuantitativo y cualitativo respecto de la cultura anterior, es decir, ya impresa. Y esta tecnología, que en definitiva lo es dada su época, fue una tecnología enormemente importante. Esta tecnología del libro y de la supremacía de libro impreso ha sido algo sumamente característico y que, lo mismo que la tecnología actual y que todas las culturas, tiene su anverso y su reverso, su lado positivo y su lado negativo.

La cultura inmediatamente anterior a la actual ha sido una cultura enormemente libresca, una cultura de biblioteca y de hemerotecas, de uso del fichero. Se podría decir, de acuerdo con aquel programa de la televisión que estuvo en pantalla durante meses, que para esta cultura todo está o todo estaba en los libros. Era una cultura eminentemente libresca. Yo diría que este carácter tan libresco de la cultura que nos ha dominado hasta hace tiempo se refleja en los mejores escritores de la lengua española. Pensemos, por ejemplo, en Borges. Borges es un autor que escribe una especie de literatura que es meta literatura de los libros, es escribir sobre el Quijote, sobre todos los libros, y por tanto, vivir en un universo que es el universo libresco. Es decir, se trata de la primacía de leer y de escribir, sobre el ver y el oír. Un poco exageradamente podría decirse que lo característico de la cultura occidental, desde Gutenberg hasta la III Revolución Industrial, es este predominio de lo libresco.

Y ahora estamos ingresando, hemos ingresado ya, en un nuevo estilo de cultura que es sumamente importante. Pensemos que durante la época de la cultura libresca el que más y el que menos, para recordar aquella expresión de Unamuno, aspiraba a hablar como se escribe, no a escribir como se habla. La sintaxis era dominante en la medida en que éramos capaces de dominarla. Y eso ya se ha perdido. Y no es una casualidad que se haya perdido esa perfección de la sintaxis escrita, porque se trataba de una característica de la dominación de la cultura impresa. Se trataba de una sintaxis muy peculiar, de hablar como los libros, ese era el ideal de las gentes.

En cambio, gracias a esa verdadera novación que significa las nuevas tecnología electrónicas, informáticas y cibernéticas, estamos, por una parte, recuperando el ver y el oír, es decir, lo audiovisual, y por tanto, un tipo de concreción mucho más real, mucho más cercana a la realidad que la de la cultura impresa y la mediación y mediatización de los libros. Pero por otra parte, y en la misma dirección si quieren ustedes, la nueva sintaxis —y recuerdo a este propósito una ponencia que se ha presentado aquí mismo de Xavier Laborda— es una sintaxis no alfabetizada o alfabetizante, sino un tipo de comunicación que se parece más a los pictogramas y, en consecuencia, permite al joven, al niño educado en los nuevos modos de la comunicación, una visión global de aquello que antes tenía que ir aprendiendo palabra a palabra, sílaba a sílaba, casi letra a letra. Esta revolución me parece que es enormemente importante y de recuperación de caracteres.

El leer y el oír vuelven a ser una cultura de la imagen, una cultura del espectáculo, una cultura de la representación. Pero junto a este carácter sumamente concreto y sumamente visualizadle y audible está también el predominio de un algoritmo, el predomino de otros lenguajes diferentes del lenguaje ordinario y de su capacidad, podría decirse haciendo si quieren ustedes un juego de palabras, de las actividades digitales. Porque, en efecto, se trata de dígitos, pero también se trata de reemplazar un tipo de habilidad digital que los niños tienen y que los viejos hemos perdido, precisamente por esta mediación y mediatización de la cultura libresca, y por haberlo aprendido y seguirlo aprendiendo todo en los libros.

De modo que, a mi juicio, se trata de una auténtica revolución, que es la III Revolución, por supuesto, desde el punto de vista tecnológico. Pero es también una revolución de carácter cultural, y que en gran parte supone una recuperación de lo anterior a esa galaxia Gutenberg; y, por otra parte, implica una capacidad de digitalización, de abstracción de nuevos lenguajes, de BASIC-lenguaje y de todo lo que significa unir extremos que hasta ahora parecían completamente divorciados.

Pero, en definitiva, el lenguaje permanece, y es enormemente importante subrayar este hecho. El lenguaje puede alejarse del lenguaje ordinario; puede hacerse, en cierto modo, más cercano al lenguaje ordinario y más alejado del lenguaje escrito, pero, por otra parte, también se hace más abstracto. Es necesario denominar un tipo de comunicación más algorítmico que propiamente alfabético. Y entonces nos encontramos con esta auténtica nueva cultura que, como digo, yo prefiero llamar tecno científica antes que tecnológica, porque lo tecnológico parece dar a entender que está divorciado de lo científico, cuando la característica de nuestra época es la de que ya no hay propiamente científicos puros sino que todos los científico son a la vez tecno científicos. Y hay un mundo nuevo descubierto en esta etapa que es precisamente aquel al que he aludido al principio. No se trata simplemente del dominio de la naturaleza inanimada, de todo ese salto que se llevó a cabo en el siglo XVII de Galileo a Newton, de la invención de la física matemática, sino también del dominio de la naturaleza animada, es decir, de la vida.

Entonces, con este dominio de la vida, esta biología que es una biología molecular, con un nuevo lenguaje —un lenguaje del código genético—, con una tecno biología, con una ingeniería, recuperamos otra vez la palabra tan privilegiada en el siglo XIX y en la primera parte del siglo XX la ingeniería, ahora genética.

Se trata, por tanto, de una auténtica novación cultural que, como todo, tiene su lado negativo. Ciertamente tiene sus riesgos, y éstos, a mi juicio, consisten sobre todo en que esta cultura occidental, que ha sido una cultura del dominio de la naturaleza y que ahora va a ser del dominio de la vida, puede convertirse exclusivamente en una cultura de dominio, es decir, una cultura de voluntad de poder. Y estoy recordando en este momento un artículo reciente de mi admirado amigo Pedro Laín. Hay una dimensión de la cultura occidental que es la dimensión de la voluntad de poder, y hay otra dimensión de la cultura occidental que arranca más bien de los griegos y que es la dimensión de la voluntad de saber. Y lo deseable es que estas dos voluntades no se extingan, no se separen, sino que la voluntad de poder siga fundamentada en la voluntad de saber, y que, por tanto, en este mundo sucio en el que los políticos tendrán ciertamente su papel importante, ustedes nos reserven un pequeño papel, no más, a los miembros de nuestro gremio, que es el de los filósofos, es decir, el de los que no inventamos nada, del de los que pensamos que, aunque esté muy bien —y ciertamente está muy bien, y es la característica de la civilización occidental— esta afirmación de dominio y voluntad de poder, deben seguir ustedes dejándonos un lugar para que nos preguntemos, para que reflexionemos, para que llevemos a cabo un metalenguaje sobre el lenguaje científico: es decir, para que no rompamos nuestros vínculos de unión con aquello de lo que venimos, que es la cultura griega. Ya vimos al principio que la cultura griega era una cultura de la tecno, y la novísima tecnología actual es heredera de aquella vieja tecno artesanal. Pero aquella cultura griega y la cultura occidental ha sido también una cultura de saber, una cultura de la espíteme, de la Sofía. Y yo, en representación de mi gremio, hoy en decadencia, este gremio de los filósofos, espero de ustedes y de la magnanimidad de ustedes, otra palabra de origen griego: la megalogsia. Espero que reserven ustedes un lugar, ciertamente modesto, pero un lugar, para los filósofos, para los que reflexionan sobre el ser en cuanto tal, precisamente sobre el ser de la tecnología y de la tecno ciencia, y de lo que significa todo este mundo que ustedes están alumbrando.


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