El significado de la evolución tecnológica entraña cambios
tales que exige una reflexión sobre la adecuación o inadecuación de las
culturas tecnológicas que se presentan en los diferentes campos de la sociedad
resultado de este avance, por lo que se puede deducir que el entorno en el que
el hombre vive forma parte de su cultura y la tecnología impacta en la forma en
que éste se desarrolla.
Se encontró que desde hace unas décadas Toffler (Leer: 2001:
26) propone que la cultura del hombre se conforma por entornos, por lo que hace
la siguiente clasificación: Los países en la primera ola son aquellos que se
encuentran en una etapa de agricultura. Los de la segunda ola logran un alto
nivel de industrialización. Finalmente los países en la tercera ola son aquellos
donde la información digital, transmitida por redes, desempeña un papel
fundamental.
Autores como Nicholas Negroponte y Javier Echeverría,
aceptan la propuesta de Alvin Toffler, pese a ser considerado por como un
escritor polémico, además al que no se le tomó en cuenta cuando hizo sus
propuestas que se veían como futuristas.
Sin embargo, estos cambios deben ser comprendidos desde una
perspectiva histórica, para que se pueda llegar a interpelar, de manera
radical, la generalización de las culturas en la época de la sociedad del
conocimiento.
Bajo este contexto se insiste en la importancia de acercarse
a entender los desencuentros entre las generaciones que traen no sólo un
problema de uso, apropiación o incorporación de tecnologías en la institución
educativa, sino la posibilidad de recoger de manera fuerte las tradiciones
pedagógicas del pensamiento de diferentes educadores y tecnólogos.
Esto quiere decir, que el impacto de la tecnología en la
sociedad da origen a diferentes culturas, se puede decir que se dio la cultura
del libro, con la aparición de la imprenta, más tarde aparece la cultura de las
masas ante el surgimiento de la radio y la televisión, ahora estamos frente a
la cultura de Internet, que remite a la famosa sociedad del conocimiento.
Fuente: Marco Raúl Mejía J. (Esquema propio)
Marco Raúl Mejía J., estudia a la tecnología como un hecho
cultural desde cinco dimensiones las cuales las representamos en este esquema a
partir de la interpretación gráfica que hacemos de su conferencia presentada en
Lima, Perú, en el XXXI Congreso Internacional sobre Educación Popular,
Comunidad y Desarrollo Sustentable, celebrado del 29 de Octubre al 1 de
Noviembre, 2000 bajo el título de la tecnología, las culturas tecnológicas y la
educación popular en tiempos de globalización. Entre el Pensamiento Único y la
Nueva Crítica.
De esta manera Mejía J. (2000) marca los campos en donde
mayor impacto tiene el avance de la tecnología y donde se construyen esas
culturas tecnológicas.
Todo esto redunda en una cultura tecnológica, estudiada por
diferentes disciplinas entre ellas la filosofía de donde surgen los críticos
culturales de la tecnología, por lo que a continuación, se hace referencia al
pensamiento de los siguientes estudiosos:
La filosofía de la tecnología surge después que la filosofía
de la ciencia, dice Medina (1995: 180). A grandes rasgos se distinguen dos
enfoques opuestos: el de la tradición analítica y el de la crítica humanística.
Del primero es digno representante Mario Bunge, centrado en el estudio de la racionalidad
y del método de la tecnología, que se hacen derivar de la racionalidad
científica.
Bunge (1983) dice: “la tecnología no es sino ciencia
aplicada, y plasmación material de la forma de conocimiento y actuación más
racional que existe”. En cambio, buena parte de la filosofía humanista de la
tecnología, influida por autores como Lewis Mumford o Jacques Ellul, realiza
una crítica cultural de la era tecnológica (Medina: 1995: 180).
Asi pues los estudios de los sistemas sociotécnicos intentan
aplicar la teoría de sistemas a la historia de la tecnología. Hay un gran
interés en desvelar las mutuas interacciones entre tecnología y sociedad, más
allá de discusiones sobre supuestos determinismos de uno u otro tipo.
En aquel momento para Thomas Hughes (1987), estas
interacciones hacen surgir nuevas tecnologías que modifican las relaciones
sociales, pero hacen aparecer nuevos factores sociales por los que determinados
actores pueden a su vez configurar las tecnologías para defender sus intereses
(Medina: 1992: 163).
Por una parte, la escuela americana de críticos culturales,
ocupada en los aspectos valorativos de la tecnología, centra su atención a
posibles impactos y su interés en la renovación educativa por medio de evaluar
y controlar el desarrollo tecnocientífico.
Según Arnold Pacey (1990), la definición de Tecnología debe
abarcar no sólo su aspecto material (técnicas en cuanto a artefactos), sino que
debe incluir los aspectos organizativos (actividad económica e industrial,
actividad profesional, usuarios y consumidores) y los culturales (objetivos y
valores afectados por la tecnología y los que deberían ser respetados por
ella).
A su vez otro influyente crítico cultural americano es Carl
Mitchan, que ha elaborado una filosofía de la tecnología que bebe en buena
parte de Jacques Ellul, y que reclama el primado de la filosofía y las
humanidades para rescatar valores humanos y sociales frente al rodillo
tecnológico (Khvilon: 2002: 5).
En cambio el pragmatista Paul Durbin (1992b), quien se apoya
en John Dewey, reclama un activismo social en el que los propios científicos
tendrían un papel central para ocuparse de los problemas sociales suscitados
por su trabajo. Según él, sólo el activismo social progresista puede ofrecer
alguna esperanza de resolver ciertos problemas urgentes.
De esta manera, como dice Medina (1992), sin renunciar por
completo a la intervención tecnocientífica (algo impensable e irrealizable), se
favorecería una cultura tecnológica y un entorno en los que pudieran coexistir
dominios tecnocientíficos junto con dominios sociotécnicos de otro tipo, en los
que se podría preservar no sólo el rico patrimonio natural, sino también las
diversidades culturales y formas de vida social valiosas.
Para adentrarnos en esta investigación del concepto cultura
tecnológica se debe entender por separado y mencionar todas las variables e
indicadores que lo envuelve.
La pregunta por la dimensión cultural tecnológica abre una
pista importante de reflexión. Esta interrogante es posible porque la
tecnología forma parte de la cultura del ser humano. De ahí que no sea una
pregunta sólo académica, sino que se trata de un asunto de fondo, en cierto
sentido ineludible, si se aspira a comprender lo que es y lo que puede aportar
de bueno o lo que puede generar de perjudicial la tecnología.
Pero algo verdadero y que no se puede negar es esta frase
que pronunciara ante representantes de la UNESCO el Papa Juan Pablo II (1980:
6): El hombre crece y se desarrolla siempre en una cultura. Se puede decir que
la cultura es algo específico del ser humano.
Los cambios en la tecnología y en otros aspectos obedecen a
lo que Thomas Kuhn sugiere que las revoluciones en la ciencia aparecen cuando
las teorías y los métodos viejos no resolverán los problemas nuevos. Él llama a
esto paradigma.
Sobre la base de este concepto de cultura, el filósofo
español, Miguel Ángel Quintanilla (2005) quien ha hecho notables contribuciones
a la filosofía de la tecnología, ha abordado específicamente el tema de la
“cultura tecnológica”.
El estudioso de la cultura Miguel Ángel Quintanilla (1992:
2) dice que esta se puede concebir como el conjunto de representaciones, reglas
de conducta, ideas, valores, formas de comunicación y pautas de comportamiento
aprendidas (no innatas) que caracterizan a un grupo social.
Por su parte Quintanilla (1992: 5) señala que la tecnología
como proceso humano puede entenderse que forma parte de la cultura y como
elemento cultural la tecnología lleva asociados determinados valores, plantea
determinadas relaciones del hombre con la naturaleza y entre las propias
personas. Por lo tanto, es necesario el análisis y reflexión sobre las
dimensiones humanas y sociales asociadas al desarrollo tecnológico, teniendo
como ángulo de visión las repercusiones educativas de los cambios culturales y
sociales que conlleva el desarrollo tecnológico.
En una perspectiva crítica Quintanilla (1992: 6) indica que
se conciben la tecnología y la cultura como sistemas dependientes entre sí,
entendiendo que la tecnología contemporánea conforma un sistema que envuelve
todos los aspectos de la vida cotidiana de nuestro tiempo.
Por todo esto Quintanilla (1995: 18) caracteriza la cultura
tecnológica: basada en la racionalidad crítica, en la creatividad y la
innovación, y en la libertad para llevar a cabo empresas nuevas de forma
racional. En fin, todo un modelo de lo que pueden ser objetivos ideales para el
proceso educativo.
Asimismo Quintanilla (1995:14), sintetiza sus deliberaciones
hacia la cultura tecnológica con tres razonamientos:
• La cultura tecnológica constituye una parte importante de
la cultura compartida por cualquier grupo humano en las sociedades avanzadas de
nuestro tiempo.
• El que en estos grupos compartan una adecuada cultura
tecnológica es un factor importante para el bienestar del grupo.
• Como consecuencia de lo anterior, el substrato homogéneo
común que debemos plantearnos como objetivo del proceso educativo en estas
sociedades avanzadas es, precisamente, el conseguir una adecuada cultura
tecnológica.
Este autor destaca ciertos elementos que están presentes en
una cultura, y que en la cultura específica de cada grupo social tienen cierta
organización: las representaciones, las reglas y normas de conducta, los
valores, las formas de comunicación y las pautas de comportamiento aprendidas
(no innatas) que caracterizan al grupo social en cuestión.
Para profundizar sobre este tipo de problemas y para avanzar
en la búsqueda de soluciones, conviene citar la distinción que propone
Quintanilla entre la cultura incorporada a un sistema técnico y la cultura no
incorporada.
La cultura tecnológica incorporada a un sistema técnico está
formada por el conjunto de creencias o conocimientos, hábitos y valores que los
operadores de un sistema técnico necesitan tener para que éste funcione de
forma adecuada. La cultura tecnológica de un grupo social (un país, una
empresa, etcétera) en sentido estricto o restringido se puede definir como el
conjunto de todos los rasgos culturales incorporados a los sistemas técnicos de
que dispone: incluye por lo tanto el nivel de formación y entrenamiento de sus
miembros en el uso o diseño de esas tecnologías, pero también la asimilación de
los objetivos de esas tecnologías como valores deseables, etcétera.
La cultura tecnológica no incorporada a sistemas técnicos
está formada por el conjunto de rasgos culturales que se refieren o se
relacionan con la tecnología, pero que no están incorporados a sistemas
técnicos concretos, bien sea porque no son compatibles con las tecnologías
disponibles, o porque no son necesarios para ellas.
Todos estos rasgos forman parte de una cultura tecnológica,
en la medida en que afectan al uso, diseño y difusión de determinadas
tecnologías, pero pueden no estar incorporados, por el momento, a ningún
sistema técnico concreto (Quintanilla, 2005).
Al interpretar a Quintanilla, se puede indicar que la
cultura tecnológica de un grupo social es el conjunto de representaciones,
valores y pautas de comportamiento compartidos por los miembros del grupo en
los procesos de interacción y comunicación en los que se involucran sistemas
tecnológicos, pero, además la cultura tecnológica es un componente esencial de
la cultura sin más, y constituye un factor esencial para el desarrollo
tecnológico de un país.
Y por ello se puede determinar que una sociedad con vasta
cultura tecnológica y en la que predominen las actitudes positivas hacia la
técnica estará mejor preparada para incorporar y producir innovaciones
tecnológicas y para extraer de ellas el máximo rendimiento.
Además, Sancho (1994a: 19) explica que la tecnología se
configura como un cuerpo de conocimientos que, además de utilizar el método
científico, crea y/o transforma procesos materiales y señala que al aceptar que
la cultura, los procesos sociales, la tecnología y las formas de comunicación
están íntimamente ligados entre sí, se nos abre un camino apto para buscar
explicaciones al complejo mundo contemporáneo en que vivimos y a sus
transformaciones más recientes.
Por su parte, García Vera (1994: 18), observa esta situación
desde una óptica amplia, hace referencia a una cultura tecnológica de este
modo:
• Una cultura se manifiesta a través del conocimiento
acumulado históricamente en las diferentes áreas del saber, en las expresiones
artísticas, en los medios de comunicación audiovisual.
• En una sociedad se distingue la cultura dominante de otras
marginales. Que la cultura dominante, en forma lenta, constante y progresiva,
se va constituyendo sobre las bases de la ideología hegemónica de los poderes
de esa sociedad. Y, finalmente,
• Que los recursos tecnológicos así como los distintos
sistemas simbólicos de representación soportados en ellos, son utilizados en
las diversas culturas y se les asigna unos roles de acuerdo con los intereses
de cada una de ellas. Una, la dominante, para perpetuar hegemonías, otras las
marginales, para señalar el desajuste social y desigualdades...que posiblemente
se pueden producir, para expresar sus ideas y teorías, intentando probar la
legitimidad y su superioridad respecto a las mismas y respecto a otros.
Por cultura tecnológica se entiende un amplio aspecto que
abarca teoría y práctica, conocimientos y habilidades, por un lado
conocimientos relacionados con el espacio construido en el que desarrollamos
nuestras actividades y con los objetos que forman parte del mismo; y por otro
lado las habilidades, el saber hacer, la actitud positiva que nos posibilite no
ser espectadores pasivos en este mundo tecnológico en el que vivimos.
En resumen, la cultura tecnológica brinda una visión
integradora de todas las modalidades de la conducta humana, superando la tradicional
dicotomía de lo manual y lo intelectual, y postula una concepción del hombre
como una unidad que se compromete con todas las potencialidades, en todos y
cada uno de sus actos los conocimientos y habilidades que nos permitan una
apropiación del medio en que vivimos como una garantía para evitar caer en la
dependencia.
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